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Relatos breves. El monoteísta


Te lo diré con toda la claridad que me sea posible: eres monoteísta y tienes el convencimiento de tu Dios es el único Dios, pero ello no te da derecho a querer imponer tus creencias y, menos, empleando la fuerza. Y menos, tratando de oprimir a quienes no piensan como tú. Y no me vengas con que Dios escribió en la adenina de tu ADN que los infieles politeístas e idólatras se han de convertir o morir. Dios no puede grabar ni con la letra más pequeña semejantes barbaridades. Así que ponte la pomada de la tolerancia, vive y deja vivir. Sólo se ha de pedir el respeto a la vida y a las leyes que, entre todos, nos hemos dado.

El discurso quedó desintegrado al chocar con el muro de su intolerancia: si sus creencias eran buenas para él, si sus convicciones religiosas eran las únicas verdaderas, el universo entero tenía que creer lo que él creía. Y continuó con su mazo dando y a Dios rogando. Al mismo supuesto maestro le dijo:

-Si Dios es el único Dios y su Palabra es la única Palabra, no cabe la piedad para quienes rechacen la doctrina que emana de la Divina Ley. Debes deponer tu discurso corrosivo y avenirte al camino de Dios y de su Sabiduría.

-Debemos respetar las creencias de todos -le replicó.

Un mazazo en la cabeza y un ruego a Dios fue la respuesta.

-Aprende la lección y no me vengas con cuentos, maestro endemoniado. ¡Oh Dios, no permitas la ignorancia y haz que todos acepten tu Divina Ley!

Un golpe de tan demoledoras intenciones propinado en la cabeza del tolerante redujo la tolerancia a un charco letal de sangre. No experimentó el verdugo sino la satisfacción del deber cumplido al arrancar de los sembrados la mala yerba. Dios, el único Dios, se lo premiaría en esta vida y con el paraíso prometido. Pero la justicia humana del país perseguía al asesino y se mostró intolerante con el crimen, por más que el criminal tratara de justificarlo con argumentos de la divina ley.

 

 

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