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Relato breves. Chinarros de ortosa


Don Cayetano, el profe de Ciencias Naturales, nos explicaba que la ortosa se llama también ortoclasa y es un feldespato formado por potasio, silicio, oxígeno y, a veces, sodio. Es el feldespato más corriente o común. Una de sus variedades, se describió por primera vez en las montañas de Adula (Suiza) por lo que también se conoce con el nombre de adularia... Iba a continuar su explicación proyectando en la pizarra digital imágenes de la ortosa cuando alguno de los compañeros le acertó en la frente con un chinarro de aquella materia llamada también piedra luna. Tanto don Cayetano como el resto de la clase quedamos prendidos en una triple rama del árbol de la sorpresa: ¿Quién había sido? ¿De dónde había sacado el mineral? ¿A qué respondía aquella agresión?

El profesor sangraba y alguien tomó la iniciativa de avisar a conserjería para que informara a dirección y, acaso, a los servicios médicos. El revuelo organizado fue superior a mi capacidad de describir los hechos: soy solamente un alumno de segundo y del montón.

Se llevaron a don Cayetano para prestarle la merecida atención a su descalabradura y se quedó con nosotros el temido Jefe de Estudios, un profesor de Filosofía que, como hay pocas horas para esta asignatura, completaba horario con este cargo. Pero ¡ay de quien tuviese que vérselas con él por asuntos de disciplina!

-De aquí no saldrá nadie hasta que aparezca el culpable -dijo amenazante.

-Mi padre me espera a la salida con el coche. Se preocupará si no salgo -me atreví a decir.

-Quiero que vengan vuestros padres a preguntar por vosotros. Quiero que se enteren de lo que sois. -explicó con aquella voz imponente y atemorizadora.

Pasaron las horas en tensión. Nadie se atrevía a pronunciar palabra. De cuando en cuando nos hacía poner de pie y, cuando le parecía, nos obligaba a tomar asiento. Comenzó a escucharse el alboroto de la salida de los compañeros de otras clases.

-Poneos de pie -ordenó otra vez.

Mientras nos levantábamos, un nuevo chinarro de feldespato cruzó el espacio de aquella atmósfera enrarecida y tensa y acertó entre una ceja y otra del profesor de Filosofía y Ética.

Se organizó la desbandada y, como obedeciendo al instinto de libertad, nos precipitamos todos hacia la puerta de salida.

El Jefe de Estudios aullaba de dolor y de vocerío indignado para detener la avalancha hacia el abandono de la clase.

-Nadie puede abandonar el aula -gritó con voz sanguinolenta.

Fueron inútiles sus órdenes de preceptista. Tanto como sus ayes de descalabrado: habíamos salido despavoridos como los habitantes de un castillo que sufriera el asalto de despiadados enemigos.

Aunque llegué azorado hasta donde esperaba mi padre con el coche, no pronuncié ni media palabra sobre lo ocurrido.

En mi habitación estaba planteándome la vuelta a la clase del día siguiente, cuando llegó mi padre. Había recibido un correo electrónico de la dirección del centro con información de los hechos y convocatoria urgente a una tutoría de padres para discutir las medidas que se habrían de tomar tanto por el abandono de la clase sin permiso como por las graves faltas que suponían las agresiones al profesorado.

-Te aseguro, papá, que nada he tenido que ver con los descalabros. No me iba a quedar yo solo en la clase, supongo.

-Os habéis metido en un buen lío: por desobedientes y por encubridores. ¡Y ay de quien haya arrojado las piedras!

-Yo no sé quién les arrojó las piedras. Yo no, desde luego. Ni al profesor de Ciencias, ni al Jefe de Estudios.

-Yo no sé, yo no sé... A ver si despabilas de una vez, Jacinto, que nunca sabes nada, que nunca haces nada.

-Me estaba enterando bien de lo que es la ortosa, papá.

-¿Qué es lo que me quieres decir, Jacinto? ¿A qué viene lo de la ortosa?

En aquel preciso instante, dirigió la vista a mi colección de minerales. Se me encogió el alma temiendo que se diera cuenta de los huecos que habían dejado las dos variedades de ortoclasa que poseía.

 

 

 

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