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Cuando la palabra es poder


Actualmente, el hombre está informado por los distintos medios de comunicación de lo que sucede en el mundo, y dichos aconteceres, en un elevado número, no son nada halagüeños, nada positivos. Casi todo está mal, y, ante las situaciones que originan este caos, la inmensa mayoría de los ciudadanos, en los albores de siglo XXI, permanece indiferente. Cree imposible remediar cualquier posicionamiento erróneo, cualquier atropello, cualquier signo de inutilidad, cuando es el pueblo, y ella es parte del mismo, el único que puede secar esas fuentes que echan por sus caños podredumbres y falacias, hipocresía e imposiciones...

El hombre de hoy, el de siempre, lucha para sobrevivir, nunca para entregarse. De humano es acobardarse ante ciertas situaciones; de ceder ante lo previsto o imprevisto; de descansar tras la derrota; de aprender del fracaso; de continuar viaje al encuentro de lo que se quiere... Pero lo que nunca debe hacer una persona es desistir por muchos obstáculos y reveses y aflicciones que le surjan, o al reflexionar, simplemente, sobre la impotencia que siente al saber que el mundo y la sociedad son entes más poderosos que ella. Si el hombre no aprendió en su tiempo a reconstruir..., ¿de qué le sirve, pues, destruir? Se asolan países. Se destrozan cuerpos y vidas. Se acrecientan las distancias entre los pueblos. Se quema hasta lo incombustible. Pero..., ¿y las ideas? ¿Quién es capaz de destruir las ideas y demás emanaciones del pensamiento? Es natural que el hombre dude, incluso de sí mismo, que pase por momentos de indecisiones, que no sepa el porqué penetran en su orbe íntimo las tribulaciones, pero lo que es antinatural es que olvide la tarea que ha de realizar en la vida, sus responsabilidades, sus conexiones -desde el respeto, las libertades, la comprensión- con otros individuos y con las labores que éstos desempeñan. De ello depende el destino de cada cual y, por ende, de los pueblos, de la humanidad. Si en vez de soportar cada uno su destino lo cultivara, todo hombre le dará sentido a su vida y se encontrará con la razón de vivir. Ello lo llevará a no sumergirse en la tragedia de la vida, donde todo se repite, y el día anterior es exactamente igual al siguiente. Un modus vivendi este que le impide sentirse vivo y con capacidad de reaccionar ante cualquier desafío que se le presente.

La palabra que no es humo o niebla, sino lluvia mansa y fructífera es a veces tierna, afable y bella, y a veces robliza y brava, afilada como una espada, pero sea como sea siempre es pura y sincera y valiosa porque fue concebida por la bondad del hombre. Esa palabra, que al caer se filtra en los corazones, empapándolos de luz, aliento y libertad, es poder. Esas palabras son capaces de transformar al mundo y al hombre de hoy y de mañana. Tengamos siempre presente que es mejor llenar los años de vida que la vida, de años.

 

 

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