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Puigdemont, Rajoy y compañías


El veneno inoculado por una larga temporada de escritura cotidiana de microrrelatos me ha marcado. Y vuelvo a la carga. Le digo a mi panel de sugerencias (ofrecido por la aplicación informática Hescrea) que me dé un binomio fantástico y me propone: fabricador y diafanidad. Un fabricador no es un fabricante, es algo así como un fabulador, pero malintencionado, dañino y perverso. Diafanidad es sólo la calidad de diáfano. El binomio y el peso apesadumbrado de los acontecimientos actuales me llevan a escribir:

Puigdemont y cía.

Reconozco mi condición de fabricador: sueños de libertad e independencia; argumentos para mantener la tensión políticosocial y sacar partido de la situación creada; denuncias cínicas al adversario, pues de lo que hago yo lo acuso; movilizaciones populares por medio de profesionales de la agitación y la conducción de ovejas, digo, de masas; provocaciones de mis agentes para que parezcan agresiones policiales a los pacíficos manifestantes... ¡Ay!, lo reconozco y con esa maquiavélica satisfacción me acuesto todas las noches: los fines justifican los medios y es obvio que mis objetivos son tan claros como carentes de diafanidad para todos ellos, adversarios o seguidores, cómplices o engañados.

Sigo con el veneno de los microrrelatos y busco inspiración en un nuevo binomio fantástico. Me aparecen: dúplice y genética. De nuevo el peso de los aconteceres me conduce:

Rajoy y cía.

A veces creo que soy el dúplice de mi mismo y, como tal, me deshago en la inexistencia y falta de resolución. Lo que me pide el alma es suprimirlos de 155 plumazos y que el sol salga para alumbrarnos a todos: policía, guardia civil y ejército me dan una fuerza arrasadora. Me gustaría tener el carácter firme y la mano resoluta. Pero, por razones que imagino genéticas, mi doble se impone y temo a los nublados y, acaso, los chaparrones que nos salpicarán a todos con peores consecuencias que el tornado que han levantado los separatistas. Los sentimientos no son la razón, aunque los sentimentales nos conmuevan con sus lacrimales desatados. También la fuerza amordazada de los cuerpos de seguridad del estado me invade el dúplice de mi mismo. Temo que ni mis ideólogos ni mis voceros sepan explicar adecuadamente el talante de mi mano firme y mano lánguida permanece. Espero que la razón se imponga y vuelva la sensatez. No ignoro que tienen sobrados y ocultos motivos para seguir adelante. Me convenzo cada vez más de que soy el dúplice de mi mismo y pronto estaré deshecho en el desecho.

 

 

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