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La instrumental rebeldía soberanista


Un hijo rebelde pone en jaque a toda la familia. La rebeldía es sólo parcial, pues, a la hora de comer, el díscolo se arrima a la mesa y comparte las viandas con todos los demás, incluso pretendiendo una mayor parte de la carne, el pan, el queso y la fruta. El resto de los hermanos se sienten compungidos por el comportamiento del señalado, aunque, en determinados momentos, compartan ciertas aspiraciones del protestón.

“¿Por qué lo haces, di?”, le pregunta el pequeño. “Te portas mal”.

“¿Qué sabrás, tú, niñato?”, responde mientras saborea las mieles del móvil que, secretamente, le han prometido los padres si se porta bien y renuncia a sus protestas.

Tendría que ser un smartphone de última generación y marca de prestigio, con un mínimo de 6 gigas de RAM y 128 de memoria interna. Los padres no podrán revisar los mensajes, ni las fotos, ni los juegos instalados, ni las conexiones a Internet ni ningún otro de los usos del aparato, por muy justificada que esté, por el bien de los hijos, la vigilancia paternal. Nada de aplicaciones de localización de lugares de sus salidas diurnas o nocturnas en los móviles de madre o padre. Nada de controles alegando prevenciones de irregularidades, abusos, empleo indebido de los medios de comunicación. “Vosotros a lo vuestros y yo, con mi móvil, hago lo que me dé la gana. Y no me vengáis con que el teléfono lo pagáis vosotros y la factura de sus usos se descuenta de vuestra cartilla de ahorros. No me valen tales argumentos. Ni hablar”.

Los padres pensaban que las normas de la casa, las necesarias normas de convivencia eran para todos y todos, por igual, tenían que respetarlas. Admitieron la compra del smartphone y la búsqueda de excusas para justificarla frente a los hermanos, pero dejarle a sus antojos el uso era demasiada exigencia. El hijo instrumentalmente rebelde continúa con su soberanista exigencia. Y el resto de la familia, en jaque, pendiente del desenlace.

 

 

 

 

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