La Diada, el gran día de Cataluña, es celebrado por los ciudadanos catalanes a lo grande, hasta que en el último festejo de hace un par de días en público solamente pudieron hacerlo los fieles a la bandera “estelada” y no aquellos que siguen aceptando la senyera como lo que es, la bandera oficial de la comunidad catalana.
En la última Diada se ha comprobado que los dirigentes del PSC fueron recibidos con sonoros pitos en el instante de la ofrenda de flores en homenaje a Rafael Casanova; estos atrevieron a asomarse por el acto, pero ni llegaron a pensarlo los dirigentes de Ciudadanos y del Partido Popular por lo que pudiera pasar, e hicieron bien.
No ocurrió lo mismo con algunos extraños invitados, caso de Arnaldo Otegi que sí colocó su ofrenda floral a los pies de la estatua de Casanova; creo que cuando para un acto tan entrañable se invita a personas amantes del gatillo y amigo íntimo de etarras asesinos al festejo le han colocado un crespón negro.
Claro es que algunos todavía recordamos cuando los padres putativos de Oriol, vicepresidente de la Generalitat, se reunieron con la plana mayor de ETA para llegar a un acuerdo por el que los asesinos del hacha y la serpiente dejaran de “gatillear” a ciudadanos catalanes, eran los tiempos de Carod Rovira, a los otros, a los españoles, que les dieran estopa.
La que se podría armar en Cataluña si se llegase a la locura de implantar ilegalmente una República independiente es imprevisible. Cuando en un festejo donde el regocijo y el abrazo debieran ser los parámetros normales se excluyen de él a los que no piensan igual, o sea, a los disidentes lógicos de una uniformidad peligrosidad, no digamos lo que podíamos pensar si la locura colectiva de unos pocos se impone, bajo la falsa teoría de la sentimentalidad, a la mayoría.
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