Me encuentro tan bien en mi destierro que sé muy poco de lo que ocurre tres calles abajo del lugar donde me refugio para evitar sufrimientos sobrevenidos, es por eso que reconozco con cierta vergüenza que no tenía pajolera idea de la existencia del Museo “Jorge Rando” de Málaga, ya saben, “la ciudad que todo lo acoge y todo lo silencia”; pero existe una hada buena en ella, de nombre Isabel Romero, que se ha empeñado, y casi lo está consiguiendo, en que vuelva a la vida pública de la letras; tanto es así que anoche fui invitado a leer unos poemas en compañía del poeta y amigo Carlos Pérez Torres.
Me presenté en el lugar y percibí un extraño recogimiento en el nutrido grupo de personas que asistía al acto; no existía ese folclore propio de besos y abrazos, sino una especie de concentración ante la noche de estos estertores del estío y la presencia de la palabra hecha música, poesía y canción.
En el Museo Rando no caben “faroles”, sencillamente es la palabra, escuetamente ella, la que se apodera de la noche, y va construyendo biznagas de jazmines que impregnan el ambiente del aroma sagrado del valor de la palabra leída o cantada.
Los asistentes saben del respeto que se debe al arte y no existe el menor movimiento o mirada al terrorífico reloj, y es que el tiempo, en especial sintonía con el ambiente creado por la belleza del lugar y la seriedad del momento, transcurre recreándose en el espacio como un personaje más.
Solamente me queda dar las gracias a todas las personas que hacen posible, sin grandes algaradas, que el arte pueda mecerse en la pulcritud de la belleza adornándose en su propio ser sin extraños añadidos.
Noche mágica la vivida en el Museo Rando de Málaga.
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