El Copo. En busca del tiempo perdido

El corto pero intenso viaje que he realizado durante este largo fin de semana ha sido como un relámpago que ha alumbrado buena parte de esa negra borrasca que he vivido durante un tiempo.

         Y no es porque las noticias sean buenas, sino que he llegado a entender que los problemas, los que son de verdad, y no las bagatelas esas por las que nos enfadamos sin ton ni son y fruncimos el ceño a la primera de cambio, forman parte esencial de nuestras vidas.

         Es por ello que hay que coger el toro por los cuernos, con perdón de los antitaurinos y animalistas -nombre este último feísimo-, y doblarles o partirles la cerviz para salir airoso; no se trata, pues, de mirar para otro lado sino de hacer frente a aquello que se nos presenta.

         He vivido tan intensamente estos cuatro o cinco días que he llegado exhausto a esta ciudad, Málaga, que “todo lo acoge y todo lo silencia”; pero lo maravilloso es todo aquello que he aprendido y aprehendido.

         Uno puede tener, y tiene más años que Matusalén, pero que verdad es ese dicho que reza “siempre estás a tiempo de aprender”, y os juro por lo más sagrado que vengo con la mochila cargada de sensaciones positivas por todo aquello que he llegado a palpar.

         A mi hermana, a mi hija y a la “pastora” las he vuelto a descubrir en la más radiante de las felicidades: la verdad cruda y pura, y he disfrutado con ellas como un cosaco bailando una polka rociada con vodka. Las quiero a rabiar, como también a la triple A de Facebook, a saber: Ana, Ana y Ana que, sin conocerlas físicamente -algo a la “princesa”- se han preocupado por mi estado de ánimo y por ella, la hermanita pequeña.

         Tierno como un flan, duro como una roca porosa, feliz con la lágrima que sola resbala por la mejilla y alegre de saber que cuento con un montón de asideros a los que agarrarme, camino alegre, aunque preocupado, por senderos que me llevan a la esperanza, porque ella, la esperanza, hay que conseguirla caminado a su encuentro.

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