Quisiera no tener jamás que preguntar, y vivir siempre en la ingenuidad que no habiendo nada seguro, yo estoy siempre confiado.
Quisiera querer como los demás quieren ser queridos y, de paso, quisiera lo imposible en felicidad, o sea, conseguir que todos sean felices.
Quisiera lo que ellos dicen querer: A Dios, al mundo, al otro y a ella al tiempo que amo a éste y ésta.
Quisiera romperme en mil trozos para que cada persona que dice quererme recoja -del cubo de la basura de los “hombres rotos”- el pedacito que más le guste manosear y sentir como suyo.
Quisiera que mi mente no ampliara la visión que otros tienen de la vida y conformarme -conformar yo mi vida- con la poca cosa que las cosas son.
Quisiera saber sonreír cuando no tengo ganas y decir ¡hola, que tal! con la boca acierta por una sonrisa, que los demás crean sincera, sin tener por ello que sufrir.
Quisiera, si lo deseas tú, no ser yo. Ser otro. ¿Quién? No sé. No importa: el que tú quieras.
Quisiera no haber nunca amado, y así no saber la gran diferencia existente entre amar y querer.
Quisiera tantas cosas, que ya nada quiero; solamente pasar y existir, hasta que lánguidamente en un atardecer de otoño me quede quieto, muy quieto.
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