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No es ciudad para jóvenes malagueños


El drama de Antonio Banderas, la figura más internacional de la ciudad mediterránea, con la retirada de Seguí y su proyecto teatral en el antiguo Astoria es portada esta semana. La polémica está a la orden del día y partidarios y detractores se van posicionando a ambos lados, con los más escépticos en una esquina, llegando a convocarse una manifestación y no sé cuántas recogidas de firmas por Internet. Y no ha faltado que el grupo municipal de Ciudadanos en el consistorio hispalense haya llamado al actor para preguntarle si quiere poner su escuela teatral en Sevilla.

La cuestión que hay de fondo es algo de lo que ya el arribafirmante se ha referido en distintas ocasiones. En Málaga sólo valoramos a los malagueños cuando han triunfado, cuando han participado como protagonistas en películas taquilleras hollywoodienses o cuando sus obras de arte son las más cotizadas. En ese momento, aparecen tipos que dicen conocerlos, que si uno había sido su profesor, que si otro había sido su peluquero o si conocía a su madre. Pero antes, no tenían tantos conocidos. Seamos francos. ¿Qué malagueño le echó una mano a aquel Antonio Banderas hace más de tres décadas cuando partió con una maleta a Madrid y un par de billetes de pesetas? De aquella época nadie se acuerda. Pero pasado el tiempo y subida la fama a la cabeza, sin darse cuenta, Antonio Banderas ha incurrido en un extraño victimismo que por honradez a su experiencia vital no debiera haber cursado.

En Málaga. A fecha del presente como otrora en el pasado. Los jóvenes malagueños que prometen o están iniciando una carrera en el ámbito intelectual, académico o artístico son exportados a Madrides y otros sitios o cuanto menos colocados en una esquina de la ciudad para que puedan creerse que son alguien. Apartados para relajación de senectudes. Entre esos jóvenes, entre los que me incluyo, cuando logramos alcanzar un hito profesional y presentarlo ante nuestra ciudad, el portero de turno nos dice que determinado espacio es sólo para grandes personalidades o que mejor te vayas a con tus amigos a charlar de tus tonterías a un bar.

Todos los malagueños que en cierta medida han sobresalido o intentan sobresalir ya sea local, regional o nacionalmente han pasado por ese trámite de menosprecio paternofilial. Lo que no es normal es que se vuelva a repetir el mismo proceso una generación que lo ha sufrido tras otra que lo padece. Después vienen los golpes al pecho y el catetismo ilustrado. Lo malagueño que somos, los gritos en La Rosaleda y todo eso. El problema no es Málaga, somos nosotros, en nuestras diversas facetas. Y habrá Madrides, Sevillas, Londres, Parises y Berlines donde sea que vayamos a trabajar, a prometer y a promocionarnos, estando orgullosos de nuestra ciudad y de lo que representa. Siempre llevaremos en el corazón nuestra ciudad y quiénes somos -los jóvenes- por donde hemos crecido. Pero esos imbéciles, esos imbéciles del cortijo, en Málaga siempre permanecerán.

 

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