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El Copo. Qué buen rato con Ignacio


Regresaba un servidor de almorzar en un restaurante situado a espaldas de la Ermita de La Zamarrilla, ya saben, la de la “roja rosa”, e iba camino de casa para encerrarme con llave y candado, cuando he aquí que, a la altura de la cafetería-bar conocida como “Los Rosales”, escuché un grito que al nombre de “Pepeeee” requería mi presencia; la voz procedía de un alma humana, no existe contradicción alguna, procedente de mi amigo Ignacio que requería mi presencia.

         Algo cansado, porque estoy demasiado chamuscado en estos tiempos, introduje mi cansina figura, adornada por un Panamá, en las entrañas del lugar en cuestión; deposite el sombrero con sumo cuidado en una silla, senté mis posaderas en un taburete y dispuse mi espíritu y cuerpo para “echar” un buen rato con este amigo que el “destino” ha colocado entre mi desierto y el oasis que significa su presencia alargada en la penumbra que me asola.

         Claro es, contra toda lógica o idiotez suprema, solicité en voz baja un güisqui normalete para iniciar una conversación que, sin rumbo predeterminado, nos llevara a ser más amigos mediante la palabra, vehículo misterioso que alumbra el camino de la soledad y acompaña, en buena parte, a transitarlo sin grandes algarabías pero sí con la seguridad de ser algo más humano.

         Y así, entre un par de vidrios, no más, y lo que conocemos por estos andurriales como “chupito”, nuestras palabras divergieron y convergieron entre nudos de amistad imposibles de deshacer porque no existen intereses hipócritas y egoístas sino solamente el deseo de, sin proponerlos, ser más amigos.

         Hemos hablado de lo divino y lo humano, aunque este último concepto, el de “humano”, si lo es, también es divino; así que, sin venir a cuento y sin cuento alguno, hemos salido de “Los Rosales” más amigos, más humanos, más divinos.

         ¿Y qué más?, pues nada más. No sé si a usted, querido lector o lectora, estas palabras escritas y este encuentro con la amistad les habrá sabido a poco, pero a mí, pobre anciano que transita la existencia con melancolía, me saben a cielo.

 

www.josegarciaperez.es

 

 

 

 

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