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El Copo. Examen de conciencia sin propósito de enmienda


Pues sí, podría afirmar que mi vida -no la existencia- se ha sustentado sobre tres pilares, a saber: evangelio, política y literatura.

         El conocimiento y vida del evangelio -no de la religión- supuso para mí un cambio profundo de mentalidad. De repente, no se trata ahora de explicar los motivos, entre varias personas descubrí –descubrimos- el auténtico credo de Jesús de Nazaret: el llamado Sermón de la Montaña. Más tarde la Iglesia impuso otro credo bien diferente, el que se lee y practica por muchos en la Misa dominical y que vino a velar, ocultar, el auténticamente sencillo y que está por estrenar, ese que se podría definir en palabras del “nacido en Belén” con estas palabras: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”. Esta enorme diferencia entre lo que se dijo y lo que se hace me distanció enormemente de aquel ideal por el que luché.

         Tal vez por ello -y yo que sé- me enganché a la política creyendo que esta sociedad anónima podría convertirse en algo más humana y tangible con capacidad de que tus problemas eran los míos y estos, tuyos; pero que va, el llamado Congreso de los Diputados era, y por desgracia sigue siendo, una nueva Torre de Babel en la que cada “grupo” de intereses iba a lo suyo; fue por ello que decidí optar por los más débiles  y me incorporé con lo que me quedaba de evangelio, o sea, de utopía, a los más necesitados: mis hermanos andaluces. Caí en desgracia porque descubrí que cada grupo andaluz, incluido por el opté, tenía su propia quijada cainita y blandiendo la misma cercenaba cabezas ajenas y propias, y viví mi desierto.

Llegué a descubrir un oasis, columnas de opinión y poesía, pero resultó que todo fue un espejismo en el que las quijadas seguían operando de la misma manera: cortando cabezas fraternas con tal de emerger de la “ciénaga” de la utopía para encaramarse al “cielo” del poder y reconocimiento de los todopoderosos.

Y aquí me encuentro a los ochenta y un años, más solo que nadie sabiendo que me quedan, si las cosas transcurren de manera normal, dos o tres espacios de trescientos sesenta y cinco días.

¿Y qué hago? ¿Cambiar o denunciar? ¿Siendo yo o uno más de los elegidos por el dedo índice de los que todo lo pueden?

Digamos como Charles Chaplin: “Sé tú e intenta ser feliz, pero sobre todo: sé tú

O sea: intentaré ser yo, sin propósito de enmienda.

 

www.josegarciaperez.es

 

 

 

 

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