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La política y la justicia españolas hacen agua


Observo cierta debilitación o languidez en el gobierno que comanda Mariano Rajoy. Evidentemente, cierto número de nuestros dirigentes, tanto autonómicos como nacionales, son prudentes y amantes del diálogo, claros al hablar y con una buena dosis de agilidad mental, pero... ¿tienen entusiasmo, astucia, perspicacia, contundencia... en la mente y en la sangre? ¿Dicen verdades al pueblo o, por el contrario, todo queda en bellas expresiones barrocas, en humo, en paja...? Desean vehementemente que el pueblo entienda que la sinceridad, la transparencia, la buena voluntad son las armas más predilectas de todos ellos, pero... ¿consiguen que el ciudadano de a pie asimile tal anhelo? Asimismo, advierto también, como cualquier miembro de la sociedad española, divisiones incontroladas, férreas, y cierta flojedad o laxitud en el principal partido de la oposición. Eso no es bueno ni para el PP, ni para el PSOE, ni para los demás partidos políticos, ni para el pueblo español. “Ningún gobierno puede estar seguro durante un tiempo más o menos largo, confiesa Benjamin Disraeli, sin una formidable oposición”.

Quizá ciertos políticos nuestros, en más proporción que en menos, no sepan distinguir el pueblo de la masa. ¿Por qué? Es muy simple, amigo lector, porque ellos son masa también. “Ama al pueblo; evita la muchedumbre, al vulgo”, asevera Franz Liszt.

Dicen los sufíes que “sólo el ojo del agua puede ver el agua” y el Meister Johann Eckhart refiere que “el ojo con el que veo a Dios es el mismo ojo con el que Dios me ve”. Tomando como base el significado de estas palabras, podríamos decir que sólo el ojo del político puede ver al político o que el ojo con el que veo la política es el mismo ojo con el que la política me ve a mí. Sin embargo, el ojo que mejor ve al político es cualquier ojo menos el suyo, y el ojo que observa la política no es, en un sinnúmero de casos, el mismo ojo con el que la política ve al pueblo.

Si lo expresado en el parágrafo anterior lo extrapolamos a la justicia en España, afirmaremos que el ojo que mejor ve al asesino es cualquier ojo menos el suyo, y el ojo que ve cómo se administra la justicia no es, en numerosas sentencias y en determinadas actuaciones penitenciarias, el mismo ojo con el que la justicia ve a las víctimas, a sus seres queridos, a la sociedad... Por eso, la justicia es injusta en demasiadas resoluciones. Además, los criterios de quienes imparten justicia en España y los de aquellos otros que tienen responsabilidades en grado sumo dentro de los centros penitenciarios son a veces tan dispares, en lo que respecta a sus conclusiones y posteriores decisiones, como el día y la noche.

La justicia también quiere tener “sus rebajas” ¿Están anquilosadas y atrofiadas las mentes de los poderes estatales? ¿Es suficiente el Plan Antiterrorista que actualmente hay en vigor? El pueblo español contempla impotente cómo maniobra la justicia con ciertos internos. ¿Privilegiados? ¿Favoritismos? ¿Monedas de cambio?

“Las rebajas” de tiempo a los ya sentenciados deberían estar congeladas desde que en mayo de 2003 se creó el Juzgado Central de Vigilancia Penitenciaria en la Audiencia Nacional, pero el pueblo, incluidos en él los familiares de las víctimas de las mafias criminales y del fundamentalismo islamista, de la violencia mal llamada de género y de los perversos delincuentes…, sólo sabe que demasiados asesinos y ladrones saborean las mieles de la libertad total o parcial. Por consiguiente, es lógico que ciertas resoluciones judiciales de muchos magistrados causen estupor e indignación a los familiares de las víctimas, así como a la inmensa mayoría de la población española. Las causas de estas nefastas decisiones liberadoras no se deben a la positiva transformación psicológica del individuo, curación total de patología psiquiátrica (no existe en estos seres enfermedad mental alguna, sino maldad absoluta), aptitud idónea para la reinserción, objetivos logrados..., sino Justicia injusta al máximo, y ya es hora de que le llamemos al pan, pan y al vino..., vino.  

 

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