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Teatro


“La gata sobre el tejado de zinc” es una obra de teatro de Tennessee Williams cuyo texto en español obra en mi poder desde tiempo inmemorial. Según reza en él, estrenada en el Teatro Eslava de Madrid el 30 de Septiembre de 1959 cuyo elenco, encabezado por Aurora Bautista y Rafael Arcos, bajo la dirección de José Luis Alonso, la puso en escena. (*)

Dirigida por Richard Brooks e interpretada por Elizabeth Taylor y Paul Newman fue llevada al cine en 1958 y ampliamente nominada para no sé cuantos oscar, globos de oro y otros premios. No recuerdo si ganó alguno.

Su conocido argumento me libera de su exposición.

Días pasados fue puesta en escena en Málaga, en el Teatro Cervantes, a cuyo  estreno acudí ilusionado y, para situarme y no perder ripio, releí nuevamente el texto. Menos mal que lo hice pues, gracias a ello, pude seguir la representación cuyas voces me llegaban sin modular a la butaca, incómoda butaca de patio, de la fila 10, del Teatro Cervantes.

Aunque la dureza de mi oído pudiera ser causa de la falta de nitidez con que me llegaban los diálogos, si no hubiera tenido la experiencia anterior, semanas antes, con “La Reina Juana” de Concha Velasco, cuyo monólogo me llegaba con claridad al tercer piso.

¿Cuál puede ser entonces la causa de la diferencia de percepción de los diálogos en ambas obras? Concha Velasco llevaba un micrófono, pequeñito, de esos modernos, casi invisibles, que se ajustan a la mejilla y los actores de “La Gata…”, no.

El Teatro Cervantes tiene, a mi parecer, baja calidad acústica amén de la horizontalidad del patio de butacas cuya visibilidad del escenario se pierde en cuanto tengas delante alguien más alto que te obliga a mover la cabeza, continuamente, para buscar un hueco sin obstáculos para la visión.

Mi impresión sobre la representación del viernes pasado, no es buena. Si añadimos a la falta de audición el excesivo histrionismo de sus intérpretes, explica mi decepción a su término. El recuerdo de la película y sus intérpretes, a quienes “oía” en la lectura del texto,  estuvieron demasiado presentes durante la representación del Cervantes y la comparación era inevitable con demérito para la representación.

El teatro estaba a rebosar. La cortesía de los espectadores les llevó a prorrumpir, al término de la obra, según mi opinión por lo dicho, en una inmerecida salva de aplausos.

Me ha venido al recuerdo las jornadas de teatro, los veranos de Alhaurín de la Torre, en la finca “El Portón” donde, pese a ser al aire libre, el sonido llega con claridad a los espectadores gracias al uso adecuado de las técnicas modernas de sonido, de las que pueden aprender los responsable del Cervantes.   

(*) Colección teatro nº 256. Madrid 1962.

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