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La buena noticia. La torre


           Amatrice es una bella localidad sita en una zona montañosa del centro de Italia, que triplica en verano el número de sus habitantes. Un pueblo muy parecido a muchos de la Axarquía. Hoteles de verano, bares, un restaurante famoso y casas rurales, se llenan durante el estío de cansados habitantes de las grandes urbes que buscan paz y tranquilidad.

         Pero el centro de Italia –como el sur de España- tiene un suelo inestable. No se que lío con las placas tectónicas, que se empujan más que los diputados, les hacen proclives a terremotos que, aquí no somos japoneses, arrasan viviendas construidas de madera y barro. O de ladrillos vistos y vistosos pero ineficaces. O de escuelas reformadas a base de presupuesto público que se caen como castillos de naipes.

       El terremoto ha destrozado Amatrice. Lo único que ha aguantado es la torre de la iglesia del pueblo. Con un reloj parado a la misma hora en que se han detenido las vidas de muchos de sus habitantes. No se como, pero en los movimientos sísmicos siempre quedan en pie las torres.

        ¿La buena noticia de hoy? Una vez más la solidaridad se pone en marcha. Veo como embarcan bomberos malagueños, con sus perros especializados en búsquedas, rumbo a Italia a dar la talla una vez más. El pueblo asiste consternado a una desesperada búsqueda de supervivientes. La verdadera buena noticia sería que hubiera previsión, no lamentos.

     El mundo sigue. Los políticos siguen avergonzándonos mientras se dan tortazos en nuestras caras. Continúan salvando su ego mientras presumen de amor al país. El reloj de nuestra democracia se paró demasiado pronto. Los currantes han dejado paso a los mangantes. La historia se repite. Se repiten hasta los terremotos. Pero la torre de la Iglesia latina nos sigue indicando que debemos mirar más hacia arriba y menos a nuestro entorno destruido por la mala leche.

 

 

 

 

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