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En el núcleo de la corrupción


La política nunca ha sido, ni será probablemente, inmaculada, y la corrupción política no es nada nuevo. El tema está en que tanto la corrupción como la avaricia han llegado a niveles sin precedentes. En realidad, la corrupción política ha llegado al punto en que corrompe a la “política democrática”. Tengamos siempre a flor de memoria que cualquier pueblo se cansa de sus políticos cuando éstos no se identifican con él.

Ciertamente, el espectáculo que ofrece a la ciudadanía la clase política en general y algunos políticos en particular, con su comportamiento ético, no puede ser más bochornoso y degradante. A través de los diversos medios se nos muestra, un día sí y otro también, un panorama de corrupción y amoralidad que causa rubor ajeno. “En la política, refiere Edward Kennedy, es como en las matemáticas: todo lo que no es totalmente correcto, está mal”.

Peter Eigen, presidente de Transparency International, considera, atinadamente, que la corrupción "destruye todo espíritu de desarrollo, ya que, pinta como tontos a aquellos que trabajan de forma honesta. Erosiona la justicia y la estabilidad de la sociedad. Reduce el bienestar general de la población. Por eso, la corrupción es un problema de todos".

Determinados políticos mienten, difaman, calumnian y acusan sin pruebas a un sinnúmero de adversarios. Nada digamos de las acusaciones frecuentes de mordidas, recalificaciones ilegales, enriquecimientos rápidos, corruptelas de todo tipo, a costa del dinero público. Dan la impresión de estar en una democracia tercermundista o en una república bananera.

Sin honradez y sinceridad en ciertos gobernantes y militantes de los partidos en la oposición, no es posible construir nada sólido y duradero. Menos apelar al buen comportamiento cívico de los votantes, de los deberes del ciudadano corriente; menos palabrería hueca y más ejemplaridad, es lo que demanda el pueblo llano a sus representantes; menos abrumar con leyes y más leyes, con reformas de códigos y estatutos y obrar rectamente en conciencia para el bien común.

Cada año, miles de millones de dólares cambian de mano en forma de sobornos, tráfico de influencias, dádivas, cohechos, comisiones, “regalos”, “arreglos”, coimas o “mordidas”. El Banco Mundial estima que el total de las sumas distribuidas anualmente, por sobornos o pagos no declarados, superan los 120.000 millones de dólares. Es solo la parte visible del enorme iceberg de la corrupción. La globalización y la libertad de los mercados, sin organismos de control eficaces, hacen crecer la corrupción y las mafias.

Una buena parte de la clase política, que debería constituir un ejemplo de honestidad, ética y coherencia para los ciudadanos, no parece depositaria de tales valores. El incumplimiento de los programas electorales, el transfuguismo, la corrupción, las mentiras, la falta de transparencia, el despilfarro, el amiguismo, el nepotismo, la financiación ilegal, el enriquecimiento ilícito, el tráfico de influencias o la utilización sectaria de las instituciones no son excepción en su comportamiento.

No se trata, pues, de hundir o ningunear al político honesto de izquierda o al adversario, todos necesarios en democracia, sino exigirse cada grupo, cada partido, cada persona, honradez y veracidad por encima de cualquier interés político, partidista o personal.

La corrupción política no es algo que sólo pasa en una pequeña parte del planeta o afecta sólo a un puñado de naciones…. No, este tipo de corrupción se halla extendida por todo el mundo. Una corrupción que nos hiere siempre a todos los ciudadanos y es cada vez mayor, tanto en el número de naciones afectadas como en el de políticos corruptos. Por consiguiente, apartemos, con nuestro voto, de la política activa a aquellos políticos que cada día se encuentran en el núcleo de la corrupción.

 

 

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