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Aristocracia diplomática


La nobleza fue uno de los actores que perdió poder durante la creación de los Estados. La centralización de funciones burocráticas, militares y logísticas en cuerpos profesionales de funcionarios fue un proceso continuo en esta forma de organización. Sin embargo, los aristócratas que habían visto perder su influencia, mantuvieron cierta preeminencia en determinados ámbitos como la representación diplomática. Por eso, en España se suele hablar de la “gran familia” cuando se alude a uno de los cuerpos más opacos y que manejan una cuota considerable del presupuesto público como son embajadores, cónsules y funcionarios del cuerpo diplomático. Si bien, en países mediterráneos como Italia la composición de estos cargos suele ser similar.

Hace unos días, el arribafirmante acudió al viceconsulado de la república itálica en la ciudad malagueña para resolver un trámite sencillo como la solicitud del “codice fiscale” o número de identificación fiscal. Ante esta petición, los trabajadores del organismo desconocían el modelo de formulario a rellenar y la documentación a presentar, remitiéndose a las instrucciones en la página web. Tras ello, el administrado no residente italiano procedió a llamar al consulado general en Madrid donde volvieron a indicar que siguiese las instrucciones de su vademecum en la red. Enviada la “richiesta” a la agencia italiana, se ha mantenido una espera de una semana para obtener respuesta.

Sin noticias, se vuelve a contactar con el consulado italiano en Madrid para preguntar por el estado de la solicitud. Desde la representación, indican que no es competencia suya atender estas peticiones y que se debe contactar con la Agenzia delle Entrate. El administado llama al organismo donde una centralita le remite con un funcionario ordinario del territorio italiano, en este caso Carlo Moroni. Tras escuchar mi situación, este honrado funcionario de Pescara me indica que según la normativa es competencia de los consulados italianos recibir y expedir el codice fiscale para no residentes. Remite los principios de iure y argumentando en dicha línea, el solicitante vuelve a contactar con el consulado italiano en la capital española, donde le dicen que definitivamente “sí” es su competencia. Si bien, que espere unos 20 días y si no tiene noticias -silencio administrativo- que vuelva a contactar.

Esta situación ilustra perfectamente el funcionamiento de los sistemas adminitrativos de países mediterráneos. Auténticas catedrales institucionales donde existe una relación inversa entre las normas que rigen el funcionamiento de sus órganos y la eficiencia de los mismos. Si bien, estas máquinas draconianas de normas y trabajadores estatales se sostienen gracias a una figura -como la de Carlo- que es el funcionario con sentido de servicio público. Sin esas personas anónimas que trabajan tras un mostrador o encerradas en un despacho y que creen, que por sus méritos y formación, tienen el sacrosanto deber de guiar a los administrados a través del laberinto kafkiano no habría salida de este laberinto kafkiano. Ese funcionario profesional y comprometido es la energía que hace mover las artítricas extremidades de administraciones no sólo como la italiana, sino como la española, mientras una casta adscrita al “ius sanguis” se preocupa más por decorar la embajada con el último jarrón de la dinastía Ming que es sufragado con el erario público.

 

 

 

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