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El Copo. Uf, tener que escribir


            Cuando uno lleva escritas unas diez mil columnas y en ellas he versado temas de todo calibre, se hace más difícil continuar cuando tan sólo se consiguen tres o cuatro cosas sin importancia, a saber: volcar el venenillo en forma de psicoanálisis, escribir sobre la tediosa realidad del día a día, intentar plasmar algún sentimiento que permita entretener al lector o intentar crear opinión, hecho imposible de realizar, porque cada uno es cada uno; más aún cuando se han sobrepasado los ochenta años de existencia y no hay nada crematístico a cambio del esfuerzo realizado ni puñetera falta que hace.

            Viene esto a cuento hoy porque estoy comprobando que cada día me ofrece más dificultad el teclear el contenido de un “copo”, bien porque ya todo está dicho o porque da igual lo que escriba o vaya usted a saber si es que mi fuente de inspiración se está quedando seca de contenido; tal vez por todo este conjunto de perplejidades, caigo en la cuenta que en la actualidad existen días que pasan sin que emborrone la blanca pantalla del ordenador.

            Sin embargo, me rebelo contra esa desgana que se va apoderando de mí y, cada vez con más esfuerzo, me siento una y otra vez ante el viejo sony portátil e inicio el disparadero hacia las teclas, borro lo escrito porque no me agrada nada lo que leo y comienzo una y otra vez a intentar hilvanar algún pensamiento o describir una situación al tempo que enciendo y apago y enciendo un malboro gold.

            Lógicamente no recibo ninguna recomendación para que escriba sobre esto o lo otro, o sea, soy libre para componer la música que desee y pudiera ser que sea esa la causa, la libertad, por la que no dejo este maldito vicio que consigue que mis cuatro neuronas sigan dando vueltas con ton y son y no me vuela majara del todo; pero la verdad sea dicha, nada como intentar clavar un aguijón como en aquellos tiempos de la dictadura franquista en la que por publicar en el decano de la prensa malagueña, Diario Sur, unos artículos sobre el libro “Pedagogía del oprimido”, de Paulo Freire, extraplados a la actualidad de la enseñanza de aquella época, me costaron unos expedientes disciplinarios que hicieron temblar mi futuro como funcionario.

            Y es que tal vez “contra Franco” la vida gozaba de un fin aventurero que hoy, se diga lo que se diga y se escriba lo que se escriba, da todo exactamente igual ya que se sigue mangando y burlándose del pueblo llano que, impasible, se contenta con todo lo que ocurre y que dan ganas de decir: “pues que le den”.

www.josegarciaperez.es

 

 

           

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