Publicidad

La buena noticia. Un país de cainitas


 Hace medio siglo que Fernando Díaz-Plaja publicó un libro de gran éxito: “El español y los siete pecados capitales”. Posteriormente del mismo se derivó una serie televisiva que se emitió en el 1980. En dicha obra se abordaban con mucha gracia y un punto de “mala leche” los defectos públicos de nuestros compatriotas (y los del resto de los países, añado yo).

      Para mí, el más evidente es el que se refiere a la envidia. Somos envidiosos. No sé si por naturaleza o por defectos adquiridos. El caso es que nos molesta el bien de los demás y permanecemos agazapados en espera del fallo ajeno para lanzarnos como lobos en celo sobre el o los envidiados. Nos sentimos mal cuando los otros se encuentran bien. Esto crea una nueva dimensión de “las dos españas”. Una está formada por ti, y, la otra… por el resto de los mortales.

     Los envidiosos nos agrupamos en facciones totalmente irreconciliables: del Barcelona o del Madrid, de derechas o de izquierdas, creyentes o ateos, de los verdes o de los moraos, vasco o maqueto, republicano o monarquico, catalán o charnego, sevillano o malagueño, etc. Una especie de seguidores de aquél Caín que se ventiló al hermano por pura envidia.

    Por eso los españoles difícilmente obtendremos la paz definitiva. Los que blasonaban de adorar a algún político determinado que se encuentra en la cúspide del éxito, se cambian la chaqueta sin pudor y manifiestan su odio “de toda la vida” cuando este cae en desgracia. Disfrutamos viendo el deterioro de los y las bellezas de otrora que ahora salen a la calle llenos de botox o de caras tapadas.

     Siempre recuerdo los entierros sonados. Políticos, militares, famosos, etc., son visitados en sus capillas ardientes por multitudes. Los mismos que, años después, se quejan de no haberles dado “garrote vil” en su día. Las manifestaciones “a favor de” son menos multitudinarias que las de “en contra de”, pero al final la masa está a favor del vencedor pero dentro de una envidia cochina.

     Nos encanta tirar a las estatuas de sus pedestales. Subrayar cualquier rumor o infundio de aquel que está en el candelero. Esta postura da de comer, con audiencias de escándalo, a algunas cadenas de televisión y sus programas que se retroalimentan con la mala leche propia o adquirida. (Se puede ver un faldón en el que se dice: sí sabe algo desconocido –a ser posible, escandaloso- de algún famoso o famosillo, díganoslo).

    Actitudes, otrora impensables, son aceptadas por la sociedad sin hacer ni una mueca ni un gesto. Desde la búsqueda inquisitiva de la limpieza de sangre de los siglos XV y XVI, pasando por la caza de rojos de la posguerra, hemos llegado a una sociedad que llora ante el paso de una procesión en Semana Santa y se carcajea en un teatro oyendo la voz en off de Dios mientras se recrean los personajes de un trono indefinible con Judas como protagonista.

     Por eso soy feliz. Me muevo en el mundo del fracaso permanente. Y cuando he estirado un poco el cuello, los demás se han preocupado de ponerme en mi sitio. No se si es la envidia o la tristeza lo que me ha llevado a desgranar estas letras. Pero me da mucha pena que nos cebemos con el caído, posiblemente yo también lo hago, aunque no me gusta sentarme en la puerta a ver pasar el cadáver de mi enemigo.

    Mi buena noticia de hoy; estoy intentando poner en orden estas ideas y la lluvia golpetea firmemente mi ventana. Una gran noticia. Es posible que la atmósfera se libre de tanta tensión y tanto odio contenido. Espero que la cordura triunfe y aprendamos a soportarnos los unos a los otros. Por lo menos sin partirnos la boca.

 

Comentarios
    No hay comentarios
Añadir comentario
- campo obligatorio (*)

Normas de uso
  • Esta es la opinión de los internautas, no de El Faro de Málaga
  • No está permitido verter comentarios contrarios a las leyes españolas o injuriantes.
  • Reservado el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.