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Cambiar de horizonte


Cuando el desamor se apropia con su negrura de muerte de nuestro corazón, sólo vivimos por vivir. Pero, si antes que en él anide, marchamos al encuentro de otra vida radiante, fructuosa..., ¡qué distinto sería todo para esa persona que anhela renovar su tierra baldía! Sí, otra vida porque ya está hastiado de la que tiene. ¡Cuántas veces he comentado que, cuando un hombre y una mujer no tienen nada que decirse, aparece en ellos la necesidad de buscar otro camino, otra persona para compartir con ella su vida! Ante una elección, ante un cambio de rumbo siempre hay un nacimiento y una muerte. Es inevitable. “Cambiar de horizonte, dice G.A. Bécquer, es provechoso a la salud y a la inteligencia”. Pero..., ¡cuántas y cuántas personas prefieren seguir como están! Se conforman con llevar esa vida mediocre, helada, sin ilusiones..., esa vida sin amor. Ni siquiera intentan romper esos muros que la falta de comunicación ha levantado en derredor de su mundo cada vez más deteriorado y sombrío, en donde reinan miedos y cobardía. Ellas son conscientes de que vivir con miedos no es vivir. 

Verdaderamente, lo más importante, lo más vital para la vida de dos seres humanos, que se aman, es  sentir cómo vive el amor en ellos para que éste inunde de realidades  e ilusiones impactantes, de diálogos y ansias de vivir... cada instante de su andadura en común.

El camino del amor será largo o corto, según el tiempo que los amantes mantengan palpitando su donación mutua y sin condiciones. Sin embargo, el desamor es una vereda escarpada, solitaria, angosta y muy larga, a veces tan larga como la vida de quien lo padece.

El amor es creación de ilusiones, de sorpresas, de satisfacciones, de novedades, de luces, de primaveras... en continua renovación. Por ello, cuando nos encontramos con el amor, la razón no tiene nada que decir, porque, si alguna vez ésta se expresara positiva o negativamente sobre el amor o lo manipulara, éste se marcharía sin decir ni siquiera “adiós”. “Ama y haz lo que quieras, refiere San Agustín. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor; si perdonas, perdonarás con amor”.

Asimismo, el sexo es tan necesario para la vida del amor como lo es el aire para vivir. El sexo, para dos seres que se aman, abraza e identifica aún más sus psiques y enriquece con poderío, embrujo y belleza el amor que en ellos late. Siempre he manifestado que de los pocos, pero imprescindibles pilares, en donde se apoya y se eleva la vida en común de una pareja, el amor y el sexo deben ser los más importantes y sustanciosos. Simplemente, porque el sexo hace que el amor sea tan bello, resplandeciente y grandioso como la propia vida, elevando a los amantes más allá de la bóveda de los cielos. No olvidemos que para los que se aman, el sexo aviva y alarga, quizás hasta más allá de la muerte, la existencia del amor.

 

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