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Del amor al odio


La violencia, mal denominada de género, del hombre hacia la mujer, que sucede en la casa, en la calle o en cualquier otro lugar no es un asunto privado de la pareja, sino que es un fenómeno social que trasciende los límites del hogar, afectando a los hijos (si los hay), a familiares, al vecindario, a la comunidad y a la sociedad en general.

El vivir libre de violencia es un derecho humano. La violencia se debe denunciar, con suma celeridad, porque existen leyes que protegen a la mujer y a su descendencia de este mal de siempre. No hay excusa para un comportamiento abusivo. Si bien, se pudo haber presenciado y vivido la violencia entre los padres, eso no lo hace normal y menos si tiene que seguir conviviendo con ella. No pensemos que la violencia familiar es un hecho aislado, que solo les ocurre a algunas personas. Está más que demostrado que el 92% de mujeres manifestó haber conocido a alguna vecina, familiar o amiga que, en el último año (2018), fue víctima de violencia.

Muchas mujeres callan por miedo y vergüenza. Otras no pueden aceptar que existe un problema, y el silencio solo contribuye a que este continúe y se complique aún más de lo que ya está. Este problema no sólo ocurre en familias humildes y de bajo nivel cultural, como se piensa. La violencia familiar también se registra en familias que ostentan un alto nivel adquisitivo, pero en este medio no se hacen tan evidentes las agresiones a nivel físico, sino que suelen, en un elevado porcentaje, darse la violencia de tipo psicológico. Por otro lado, es obvio que este tipo de violencia también se registra en personas con estudios o sin ellos.

 No es cierto aquello que aducen muchos varones agresores respecto a que la mujer provoca que le peguen. No existe justificación para la violencia. La provocación es una excusa que utiliza el agresor para evitar su responsabilidad. También es falso referir, por parte del hombre, que la mujer disfruta con el maltrato, que le gusta el golpe o que sea la prueba de que existe amor, y que por eso no deja la relación, lo cual es una aberración oral del agresor.

La falta de recursos económicos y de apoyo, el miedo, como producto de las amenazas, y el temor a perder a los hijos, son algunos de los factores que refuerzan a la mujer para soportar el maltrato durante años, silenciando absolutamente la violencia que sufre. El consumo de alcohol o cualquier otra droga como causante de conductas violentas, es un mito socialmente relacionado con “perder el control”. Este consumo solo es un factor de riesgo para la explosión de violencia, pero no se puede considerar como causa alguna del maltrato. La mayoría de hombres, que agrede a su pareja y a sus hijos, no es violenta fuera de casa y tampoco lo es contra sus jefes y compañeros de trabajo, contra amigos y vecinos…, al contrario, en un sinnúmero de casos el violento suele ser una persona extravertida, agradable, colaboradora… 

Por consiguiente, estos agresores no son enfermos mentales, ya que, si lo fueran, no podrían limitar su violencia. Abusan de las personas más débiles del hogar. Utilizan la violencia para conseguir todo lo que desean y tienen coaccionada a su familia. La violencia no es producto de un problema ocasional, porque una vez superado este no desaparece. Sí puede detenerse, no siempre, mientras la víctima haga todo lo que quiera el agresor, pero ante cualquier nuevo desacuerdo la violencia reaparecerá. Y cada vez será más frecuente y agresiva, de tal forma que puede ocasionar la muerte de la mujer. Cuántos y cuántos casos conocemos directa o indirectamente por los medios de comunicación. Ante un hombre violento psíquica o/y físicamente con su pareja y a veces también con sus propios hijos, la solución se encuentra en denunciarlo cuanto antes, así se evitarán males mayores e, incluso, irreparables.

Asimismo, existe un porcentaje minúsculo (4%) de mujeres que agrede a su pareja o expareja, aumentado el porcentaje (9%) de mujeres que mienten al decir que su pareja o expareja la maltrata.

 

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