Los Gatos
Vivía en el ático de un edificio de seis plantas con sus dos gatos. Conoció a Isabel Higueras una mañana en el supermercado cuando compraba comida para sus mascotas y ella le aconsejó la nueva marca que adquiría su amiga Amparo que también tenía
félidos domésticos de pelaje suave.
—Dice siempre que la suavidad y dulzura del pelo de sus gatos ha aumentado desde la nueva alimentación.
Semanas más tarde, él la invitó a su casa para que conociera sus gatos y los efectos de haberle hecho caso en el aconsejado cambio de alimentación. Fue el comienzo de una relación sentimental.
Con satisfacciones vivieron juntos y celebraban las caricias al pelaje de los animales. Pero el paso del tiempo puede erosionar la armonía y, en efecto, la primera desavenencia surgió cuando la sorprendió fugando a sus gatos.
—No me han gustado esos bufidos injustificados.
—Disculpa.
Pero la semilla de los celos en forma de pensamientos de que quería a los animales más que a ella fue creciendo en su interior. La semilla se hizo zarza punzante cuando supo que estaba embarazada.
En su ausencia, una tarde, metió los felinos en una talega y subió al autobús. En el barrio más extremo de la ciudad, donde conocía establecimientos que daban gato por liebre, abandonó su carga junto a los contenedores de basura.
Cuando él se percató de la ausencia de sus mascotas y preguntó por ellas:
—Estoy embarazada —fue la respuesta de Isabel.
—¿Qué tiene eso que ver con la desaparición de mis félidos?
—Un hijo vale más que un gato.
—Es posible tener gatos y tener hijos. ¡Dime qué has hecho con ellos!
Ella guardaba un exasperante silencio. Y, sin más, él se fue a su cuarto, rebuscó en los cajones del armario, llenó de balas el cargador de un viejo revolver de colección y lo descargó a bocajarro sobre el pecho de la mujer.
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