La tímida
Era tan tímida que, aparentemente, sólo hablaba cuando le preguntaban, No obstante, lo hacía con educación y buenos modos.
—La Biblia bendice a la mujer callada: "Don del Señor es la mujer callada, no tiene precio la bien educada" (Eclesiástico, 26,14).
—Pero, ¿tan callada como ésta? ¿No será que nos desprecia a todos? ¿No será que siente un asco intenso por toda la humanidad o la humanidad cercana?
—¡Exageras! Porque ni está tan callada siempre ni habla demasiado. Nada con exceso, decían los griegos.
—¿Nadar con exceso para llegar a dónde?
—De nuevo te enredas con las palabras.
—La persona callada se enreda con su silencio.
—No tenemos solución.
En ese momento apareció la tímida que algo había escuchado y dijo:
—Respecto a lo que decís, os digo que yo digo lo que tengo que decir y donde y con quien decirlo debo. No me vengáis con monsergas ni explicaciones enrevesadas. Cada uno es como es y respetarlo debemos.
Enmudecida dejó a la concurrencia y Roberto, su cuñado, tuvo el impulso de regalarle su preciosa piedra, sección de una geoda de ágata, de azulados colores.
—El ágata es de origen volcánico, como tus palabras —dijo.
La tímida quedó azorada, no supo qué responder. Mecánicamente tomó la piedra en sus manos, dudó, la arrojó con fuerza y, en arrebato, abandonó el lugar: "¿Por qué tienen que hacer de mi silencio o habla carnaza de su cháchara y entretenimiento?"
Antonio García Velasco
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