El Copo. Recogiendo y recortando
Ella, “la pastora”, se pasa gran parte del día viendo y volviendo a ver las fotos que se encuentran en nuestros álbumes, ya saben aquellas secuencias color sepia de nuestra adolescencia, otras relativas a nuestros padres, multitud que marcan el paso de nuestra hija por la existencia, qué decir de las que fueron pequeñas nietas, y así temas de viajes, otras relacionadas con la poesía, las hay de política, de amigos, etc.
A veces le digo: “venga vamos a jugar una partida de parchís” pero se aturrulla, me mosqueo y vuelta a tirar los dados hasta que salga el cinco para iniciar el recorrido de las fichas por el laberinto de casillas; cuando descansa -lo hace con demasiada frecuencia- dedico mi tiempo a escribir majaderías como ésta y a intentar crear un nuevo poema: misión casi imposible.
La mayoría de las tardenoches bajo al Gran Vía para comentar “lo que sea” y tomar un güisqui, a veces dos, pero no más. Ella baja a eso de las nueve de la noche, bebe un vermut blanco dulce y degustamos alguna que otra sencilla tapa; hoy voy a intentar ver, con ella lógicamente, la luna roja que se nos ofrece como fruta prohibida.
Sé que me queda poco tiempo de existencia, lo noto y lo presiento; por ello he afilado un par de buenas tijeras para ir cortando a tijeretazos infinitas fotografías que serán un estorbo para nuestros descendientes; dejaré las imprescindibles, aquellas que marcaron huellas en mi vida. En casa existe un cálido aroma a libros de toda índole; iré donando algunos de ellos a bibliotecas, otros tendrán como destino algunos amigos y algunos, los míos, una buena hoguera de San Juan.
El problema estriba en veinte tomos que contienen tres mil seiscientos “copos” publicados en el ya finiquitado “Diario Málaga” y que ocupan buena parte de la vida pública malagueña y nacional.
¿Qué hacer con ellos?
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