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La constitución del 78 (Una reflexión centrada en su nacimiento)


Hace ya 43 años, 27 contaba yo, de aquel 6 de diciembre… ¡Dios, como pasa el tiempo! Aquella mañana me levanté con otra cara, con otro humor. Parece que al fin íbamos a poder decidir los españoles sobre nuestro futuro, aceptando el compromiso de convivencia de una Constitución Democrática, que permitiera encerrar el pasado y mirar al futuro. Digo encerrar, porque se admitió dejar el ayer en el cuarto oscuro, como si se olvidara el cubo de la basura que se debió tirar en su momento, con todas sus miserias e injusticias… dejar la porquería debajo de la alfombra, pero sabiendo que allí seguía esa inmundicia. Tal vez, alguien, cuando viniera después queriendo limpiar la casa, levantaría las alfombras y volvería a aflorar esa mugre del pretérito “imperfecto”. Ahora no era conveniente despertar el conflicto y volver a las andadas, mejor esperar que la vieja generación se fuera extinguiendo para dar paso a otra, capaz de mirar atrás sin miedo ni culpa, que buscara la verdad, con la previsible maduración futura, para poner las cosas en su sitio, sin acritud pero con justicia. Craso error, porque el pasado se proyecta siempre en el presente si no fue bien cerrado.

A pesar de todo, la mayoría estábamos convencidos de que debíamos pasar página, aun a riesgo de volver a releer, más adelante, el libro de la historia. La historia siempre se relee, para eso está, pues el testimonio que queda puede ser manipulado y falseado por el poder del momento. Luego, deberán reescribirla los expertos, los doctos que la investigan sin apasionamiento partidista, sino con la sensatez y la racionalidad que permite aventarla para soltar el lastre y el polvo que fue acumulando, para que aflore la verdad por muy cruda que sea. Los pueblos, la gente, la ciencia, tienen derecho a conocer y vivir en la verdad de los hechos sin que nadie se la hurte.

Esa verdad se escondía en el pasado, pues la verdad de los vencedores era falaz. El resultado de la Segunda Guerra Mundial había descolocado al régimen. Sus aliados naturales, aquellos que alentaron la rebelión militar y le permitieron ganar la guerra civil, habían sido derrotados. España estaba descabalgada de la Europa que volaba en su progreso, mientras aquí, separados por los Pirineos, que nos ofrecían Perpiñán para vivir lo prohibido por el régimen, nos ubicábamos más cerca de África. Ya hacía tiempo que habían muerto los amigos del régimen, bien autoinmolándose o reducidos y ajusticiados por su pueblo. El general fue hábil… ya lo creo que lo fue. Sabiendo que era un recalcitrante enemigo del comunismo y que la guerra fría le ofrecía la oportunidad de aliarse con el Tío Sam en contra de la tiranía estalinista, se ofreció como bastión de la lucha. Le otorgó el poder de usar y sufrir en nuestras carnes las bases militares para intimidar al oso ruso. La cuestión era clara, Franco estaba condenado a sucumbir, pero tras la guerra, los ejércitos vencedores del nacismo alemán y el fascismo italiano, sin olvidarse de Japón, exhaustos ya, buscaron la paz y dejaron que África siguiera comenzando tras los Pirineos. Eso sí, con la condición de que Zaragoza, Torrejón, Morón y Rota, junto a Gibraltar, fueran las bases desde donde occidente dispondría parte de sus huestes. Ya teníamos cinco gibraltares, uno inexpugnable inglés y los otros por acuerdo de sumisión a la potencia colonizadora, pare que, a cambio, permitiera la supervivencia del régimen convertido en su lacayo; caro precio que nos pone en la picota de misiles portadores de cabezas nucleares.

Al final, España estaba en una terrible diatriba. El tardofranquismo agonizaba y sabía que solo con un trasplante podría sobrevivir (paradójicamente el yerno de Franco ya había intentado un trasplante de corazón siguiendo las técnicas del cirujano sudafricano Christiaan Barnard, pero fue un fracaso, lo que, permítaseme el sarcasmo, evidenciaba que no estábamos aquí para trasplantes). Durante cuarenta años, se nos enseñó, a los niños y niñas y la población en general, las bases del franquismo, los ideales de la España imperial y la sumisión a las tradiciones que hicieron grande a la patria, sin considerar, siquiera, que esas mismas tradiciones la fueron aislando de Europa y el progreso, degradando para pasar de gran potencia universal a país tercermundista. Dios, Patria y Rey volverían a ser los lemas que sustentarían la nueva España. Ahora, las cosas estaban claras; volver atrás era imposible, una aventura de imposición militar semejante a la anterior, pero sin Hitler ni Mussolini, no tenía viabilidad ninguna. Las fuerzas democráticas habían aguantado la descomposición del régimen esperando ver caer la fruta madura, apoyadas por Europa, las democracias de corte occidental y los movimientos sociales de oposición al régimen.

Entonces decidieron el gran trasplante, pero como no era posible, simularían el trasplante de un corazón demócrata cambiándose la chaqueta; mas, en el fondo, persistiría el valor enraizado, troquelado por el pasado y la lealtad a su líder ya fallecido, de muchos de los que tornaron su vestimenta. Habían intentado, antes, la jugada del cambio sin cambiar, pero fue tan clara que no tragó nadie, ni de fuera ni de dentro. La jugada fue llamada “Espíritu del 12 de febrero”... ¿lo recuerdan? Consistían en permitir asociaciones políticas, no partidos, bajo el magnánimo paraguas de los ideales del Movimiento Nacional; o sea, nada de comunistas, ni marxistas, solo aquellos que defendieran los valores arraigados en la reserva espiritual de Europa… Pero no coló; el rey ya estaba adoctrinado y sabía lo que había si no quería perder el favor de occidente (sobre todo de USA), por tanto, abur a Arias Navarro que tanto nos impresionó con su doloroso llanto, y bienvenido a Suarez surgido del Glorioso Movimiento, pero consciente de que había que cambiar para seguir viviendo. Hábil fue el flamante presidente al llevar, a las Cortes del Régimen, su propuesta de harakiri en una trepidante sesión que acabó imponiendo la razón, pero preservando los derechos e influencias del pasado en el nuevo Estado… Cambia, camarada, para seguir ejerciendo el poder bajo otra camisa, dejando en el desván de los recuerdos la vieja camisa azul.

A cambio, los otros, dejarían su bandera tricolor, su himno de Riego, sus muertos en las cunetas y su republicanismo para poder compartir ese poder de la nueva era en una monarquía parlamentaria. ¿Por qué no? En la vieja y pérfida Albión hacía siglos que funcionaba y en otros lugares de Europa también. De lo contrario, el fantasma de una nueva guerra, volvería a asolar la piel de toro; vale la pena renunciar a determinadas cosas antes de llevar a un pueblo a la muerte… lástima que en nuestra historia no se haya comprendido y valorado ese aserto de “París bien vale una misa” aunque se lo impusiera Felipe II al hugonote Enrique IV para ser rey de Francia. Hubo que vencer muchas resistencias de la oligarquía, de los adeptos irreductibles en su lealtad al líder fallecido, de los militares y del catolicismo anacrónico que ya no podría llevar bajo palio al adalid de la cruzada.

La banca, con su dinero, sabía que el futuro estaba en Europa. Los ladinos (entiéndase ladinos como astutos) políticos comprendieron que había que saltar los Pirineos, integrarse en la CEE, insertarse en la OTAN (se pasó de OTAN NO, a OTAN DE ENTRADO NO, para acabar diciendo OTAN SI), abrir las fronteras para subirse al carro del progreso y de la abundancia económica. Por tanto, el imperativo era pactar; neutralizar las pueriles y trasnochadas ideologías del ayer, sucumbir, controladamente, al empuje de las masas populares que, un día sí y otro también, clamaban en las calles por el cambio, por la libertad, por la justicia e igualdad entre los seres humanos, por el debate de las ideas libremente, por la democracia y la soberanía popular idealizada… Hasta un amplio elenco de próceres religiosos, con Tarancón a la cabeza, empujados, en buena medida, por aquellos llamados curas obreros, o curas comunistas para el régimen, al amparo de la teología de la liberación, apostaron claramente por el cambio en contraposición a los obispos amarrados al pasado del nacional-catolicismo (¡Tarancón al paredón!, clamaban algunos nostálgicos de inconfundible fe católica).

Había, pues, que llegar a un gran acuerdo, sí o sí, en un arreglo convergente para evitar males mayores. Entonces se parió la Constitución a base de debate. Para mí, incluso visto ahora, fue una magnífica obra de consenso cargado de tensión, donde se echaban pulsos, se amenazaba con malos augurios y se negociaban puntos y comas, sentados en una mesa gente tan dispar como Gabriel Cisneros, Manuel Fraga, Miguel Herrero, Jordi Solé, José Pedro Pérez-Llorca, Miquel Roca y Gregorio Peces-Barba, los llamados padres de la Constitución, aunque fueron otros muchos los que directamente o entre bastidores marcaron el rumbo final. Pasar del fuero de los españoles a una Constitución sólida, acordada y respetada por todos era complejo. No todos la votaron, algunos del viejo régimen la desecharon, la denostaron, creando tensión en Alianza Popular, la madre del PP, que estaba dividida respecto a apoyarla o no. Al final, salió el compromiso marcado por el interés del pasado, en un equilibrio casi inestable hasta que se consolidó tras el Golpe de Estado de Tejero y la entrada en la CEE y la OTAN.

Aquella creación ya tiene 43 años y sigue igual. Creo que habrá que llevarla al médico para tratar sus achaques. Tal vez tengamos que retocarla un poco para que se adapte a los nuevos tiempos, cambiarle la imagen, el ropaje y reconocer que su fisiología ya no es la misma. A los 43 años no se puede tener la misma mentalidad. Tiene que aprender a adaptarse a las nuevas tecnologías, al manejo de los nuevos instrumentos, responder a las nuevas necesidades y, sobre todo, darse cuenta de que sus hijos han crecido y que ya no puede hacer con ellos lo que le venga en gana, sino que debe tratar con ellos y consensuar cosas para seguir manteniendo la familia unida desde el respeto mutuo entre todos los miembros.

Cambiemos lo que haya que cambiar si estamos de acuerdo la mayoría. Yo creo que hay que empezar a hablar de ello para ver que se piensa y poder acercar posiciones. Los consensos surgen al final, al principio prevalecen las diferencias, pero no creo que se puedan plantear unas diferencias mayores que las habidas en los años 70 entre dos enemigos acérrimos, herederos de la guerra. Hablemos, pues, sin miedo y sin querer imponer, sino negociar cediendo para acercarse al consenso que justifica toda negociación.

Hoy, en mi memoria, afloran los recuerdos de un ayer donde se fraguó el tránsito al futuro, al hoy, y tal vez se aprendió, por mi generación, que para entenderse se ha de hablar sin imposiciones, con el uso de argumentos que emanan del pensamiento racional, hasta convencerse de que “París bien vale una misa” siempre que no signifique la sumisión a alguien, la pérdida de la soberanía popular y los derechos que, como ciudadano, tiene todo ser humano… a veces hay que ceder para ganar uno y los demás. Valió la pena; sin duda valió la pena… y hoy, la pena, sería perder el sentido del encuentro, de la articulación de la interdependencia (que no de la independencia, porque eso dejará de existir en este mundo) respetando esas diferencias que tanto enriquecen cuando se entienden como sinergias y no como elementos divergentes.

Por tanto, yo me atrevo a decir sin tapujos: ¡VIVA LA CONSTITUCIÓN! Pero, entendiendo, que una forma de cuidarla es no permitir que se haga vieja, renovándola y adecuándola a la realidad de cada momento, de lo contrario morirá de vejez y de falta de energía para dar respuesta a la vida social de nuestros pueblos… el espejo lo tenemos en otras constituciones de los países desarrollados y democráticos.

Hay que articular la interdependencia.

¡VIVA, PUES, LA CONSTITUCIÓN VIVA Y DINÁMICA!

 

Antonio Porras Cabrera

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