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El Copo. De la resurrección


Silenciaban mis pasos la hojarasca del tiempo. Entre tanta fragilidad amarillenta asomaba una barbaja primeriza. Introduje en ella la memoria y una pizca de brisa de mar salpicó mis labios. Caminé con su beso, como siempre.

Si el soplo renaciera la vida se abriría. Solo su asiento necesito para iniciar el camino, pero todo duerme conmigo. Espero en la gruta, sé que llegará.

Cuando el alba comienza su tarea de iluminar la noche, y los pájaros asoman sus cantos desde las ramas del árbol de la placita, un hombre, cosido a su destino, abre sus ojos al asombro: quiere vivir.

La vanidad se descuelga prendida de mi yo. De un hilo pende mi vida; el resto de la soga se desploma. Suavemente buscaré su presencia. Sea quien sea, seré con ella.

La libertad comienza ahora, cuando la escarcina penetre la máscara humana y su punta acaricie la verdad de mi ser.

He husmeado la orilla del delirio. Una bandada de rosas ha descartado un polen de vida; todo se ha cubierto de una radiante locura y los címbalos del día han vencido a los crótalos de la noche.

El río de mi vida será largo o corto, pero extenso como un suspiro de palmera en la noche del desierto.

En él tendrán acogida los cantos gregorianos de las místicas clausuras, la supuración dolorosa de las putas, los ojos del pobre niño pobre y la putrefacta carcoma del poder.

Recojo con mimo mis cenizas y evito una brisa de muerte. Seré yo.

 

 

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